Cuando a una familia llega un hijo o una hija con trastorno del espectro autista, se repite la misma historia para la gran mayoría de padres y madres.
Tras más de 20 años de entrevistas a familias y de informes aportados por las mismas, hemos detectado que el 80 % ha descrito un mismo patrón en la forma en que el autismo apareció en sus vidas:
El embarazo, el parto y el nacimiento de su hijo o hija cursaron con normalidad hasta que, aproximadamente sobre los 18 meses de edad, comienzan a sospechar que algo raro está ocurriendo en su hijo o hija.
¿Qué empiezan a notar?
No responde a su nombre.
A veces parece que no oye.
Ya no dice las palabras que decía antes o muchas familias describen un parón en el desarrollo del lenguaje.
Aparición de movimientos raros con los brazos o las manos.
Carreritas “sin sentido”.
Pasa al lado de sus iguales como si no existiesen.
No atiende a órdenes.
Juega de una manera un poco extraña con los juguetes.
Empiezan a aparecer muchas manías, como encender y apagar luces o abrir y cerrar puertas de los armarios.
¿Tiene mi hijo autismo? ¿Qué hacen las familias ante esta situación?
Ante estas primeras sospechas de que algo raro está ocurriendo comienzan el largo peregrinaje de consultas a pediatras, neurólogos y diferentes médicos especialistas para saber qué es lo que le está sucediendo a su hijo o hija.
Cuando se emite por fin el diagnóstico, han podido pasar más de 2 años. Un tiempo precioso para poder haber estimulado las capacidades alteradas y por ende haber desarrollado una evolución más o menos favorable en la persona con TEA.
Afortunadamente, ya existe un amplio consenso sobre algunas señales de alerta que pueden ser observables tanto por padres, madres, pediatras, profesores de educación infantil… que propicien una detección temprana del trastorno del espectro autista.
En un trabajo de Rivière, publicado en el capítulo 1 del libro: Riviere, A. y Martos, J. (Comp.) (2000). El niño pequeño con autismo. Madrid: APNA y Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, se destacan un conjunto de índices precoces que pueden emplearse como instrumento útil para el diagnóstico diferencial de niños con sospechas de autismo entre los 18 meses y los 3-4 años.
25 indicadores de autismo típicos de la etapa 18-36 meses (Ángel Riviére, 2000)
Sordera aparente paradójica. Falta de respuesta a llamadas e indicaciones.
No “comparte focos de atención” con la mirada.
Tiende a no mirar a los ojos.
No mira a los adultos vinculares para comprender situaciones que le interesan o extrañan.
No mira lo que hacen las personas.
No suele mirar a las personas.
Presenta juego repetitivo o rituales de ordenar.
Se resiste a cambios de ropa, alimentación, itinerarios o situaciones.
Se altera mucho en situaciones inesperadas o que no anticipa.
Las novedades le disgustan.
Atiende obsesivamente, una y otra vez, a las mismas películas de vídeo.
Coge rabietas en situaciones de cambio.
Carece de lenguaje o, si lo tiene, lo emplea de forma ecolálica o poco funcional.
Resulta difícil “compartir acciones” con él o ella.
No señala con el dedo para compartir experiencias.
No señala con el dedo para pedir.
Frecuentemente “pasa por” las personas, como si no estuvieran.
Parece que no comprende o que “comprende selectivamente” sólo lo que le interesa.
Pide cosas, situaciones o acciones, llevando de la mano.
No suele ser él/ella quien inicia las interacciones con adultos.
Para comunicarse con él/ella, hay que “saltar un muro”: es decir, hace falta ponerse frente a frente, y producir gestos claros y directivos.
Tiende a ignorar completamente a los/las niños/as de su edad.
No “juega” con otros/as niños/as.
No realiza juego de ficción: no representa con objetos o sin ellos situaciones, acciones, episodios, etc.
No da la impresión de “complicidad interna” con las personas que le rodean, aunque tengan afecto por ellas.
plazatea
Comunidad para familiares y profesionales que viven cada día con el Trastorno del Espectro Autista
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