Una canción se reproduce en sus auriculares durante algo más de un minuto, pulsa stop, retrocede la pista y la canción vuelve sonar. Hugo sostuvo esta iteración periódica durante los veinte minutos que corría en la cinta del gimnasio. Se trata de la primera de las múltiples anécdotas simples que reenfocaron mi perspectiva sobre el trastorno del espectro autista (TEA).
Me llamo Yurizán Briz y trabajo como instructora de clases colectivas en centros deportivos desde hace más de diez años. Mi labor fundamental consiste en divertir a los demás a través del ejercicio físico, ayudando también a mejorar su salud con dicha actividad. Me siento afortunada por haber compartido e interactuado con alumnos con diversidad funcional en mi entorno laboral. Personalmente, me entusiasma compaginar mi pasión por el deporte y las relaciones sociales mientras aprendo de las experiencias y personas que este trabajo me ofrece.
Mi historia con Hugo comienza cuando su madre, por entonces alumna de mis clases, me comenta que su hijo con TEA necesita un entrenador personal con empatía para motivarle y hacerle disfrutar del deporte. Tras alinear agendas, Hugo y yo empezamos a entrenar de lunes a viernes. Aunque desde el primer minuto conectamos y nos causamos buena impresión, ganar la confianza de Huguito (apelativo cariñoso que uso para llamarle) ha supuesto una carrera de fondo. No obstante, después tres años puedo afirmar que es un éxito seguir compartiendo entrenamientos con él.
Uno de los días que nadábamos en la piscina, Hugo me explicó que solía etiquetar a la gente con colores en función de la confianza que le causaban. Una clasificación simple: se elige un rango de colores para ordenar la confianza que se otorga a cada persona en una escala de menor a mayor. Felizmente, él me otorgó el color de mayor confianza, lo cual me hizo comprender el salto que había conseguido para adentrarme un poquito más en su interior.
Nuestro día a día comienza en el coche cuando paso a buscarle a su casa armada de paciencia, pues la puntualidad y el control del tiempo no es su fuerte. De camino al gimnasio, Hugo me relata sus aventuras del fin de semana con sus amigos, planes futuros, curiosidades del último videojuego que ha comprado o los estrenos de las próximas películas que quiere ver en el cine. Hugo, como tantas otras personas con TEA, es una enciclopedia andante de los temas que más le gustan. El universo Marvel, las videoconsolas, los cómics u otras temáticas otaku le apasionan, pudiendo estar horas hablándote de ello. No sin previamente interesarse por cómo estoy y qué tal ha ido mi día, porque su amabilidad y educación son algunas de sus mejores cualidades.
Tras llegar al gimnasio, siempre le propongo una rutina de entrenamiento diferente. Cada ejercicio nuevo supone un pequeño reto, porque Hugo es muy perfeccionista y se frustra o pone nervioso si, a pesar de mis pautas, no le sale bien. Aquí es donde saca ese carácter que le invade y comenta en alto alguna frase como: “¡cómo quieres que haga eso! ¡no, no, eso no lo puedo hacer!”. Inmediatamente se percata que su pensamiento ha salido en voz alta y yo le he escuchado, rectificando a continuación y pidiéndome disculpas por ello. Mi postura siempre es rescatarle de esa sensación para hacerle entender que soy su instructora y quiero que aprenda nuevos ejercicios, añadiendo todas las indicaciones y repeticiones necesarias hasta conseguir nuestros objetivos.
Una hora y media después de cada sesión de entrenamiento, acerco a Hugo hasta su casa y siempre me despido recordando la hora de recogida del siguiente día. Así pasamos nuestros ratitos juntos, que certifico nos enriquecen mutuamente. Incluso cuando se ríe de mi reacción de rechazo al ver las fotos de un tarsero, animal primate pequeñito de enormes ojos saltones que Hugo insiste en mostrarme.
Después de tanto tiempo Hugo me sigue sorprendiendo continuamente, es un chico excepcional, quizás poco expresivo en cuanto a sus sentimientos, pero que se hace querer y, sobre todo, demuestra fidelidad a su familia y amigos. Me comparte sus constantes inquietudes y se apoya en mí ya no como entrenadora, sino como amiga. Quizás estas palabras pueden sonar condescendientes, pero quería expresar mi proceso de aprendizaje y el forjado tan bonito de nuestra relación que, sobre todo, cae en la normalidad.
Convivir con una discapacidad es una realidad que nuestra sociedad actual a veces segrega. Mi experiencia refleja la necesidad de empoderar a las personas con diversidad funcional, visibilizar su situación y forjar vínculos que acerquen dicha realidad al resto. Sin duda, el deporte ha sido nuestro nexo particular y me siento privilegiada y orgullosa de que Hugo forme parte de mi vida. Muchas gracias, Hugo.
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