“Todas las personas somos sexuadas, desde el primer al último día de nuestras vidas, con independencia de nuestras capacidades, orígenes o funcionalidades”.
(Menéndez-Torre, 2019).
La sexualidad es la manera propia de ver, sentir y vivir el hecho de ser sexuados (Hernández-Sanchéz del Río, 2018).
En relación a la personalidad e identidad humanas, la sexualidad ocupa un espacio importante; se trata de un elemento vinculado a la autoimagen, la autoconciencia y al desarrollo personal. En cuanto a la esfera de lo social, la sexualidad se construye a partir de la interacción y promueve las relaciones interpersonales significativas (Olivera, Bestard, Fell, Brizuela, Bujardón, 2014).
El desarrollo pleno de la sexualidad se produce a partir de la satisfacción de necesidades humanas básicas tales como el deseo de contacto, la intimidad, la expresión emocional, el placer, la ternura y el amor (Asamblea General de la Asociación Mundial de Sexología, 1999).
A este respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2006), define el concepto de sexualidad de la siguiente manera:
La sexualidad es un aspecto central del ser humano a lo largo de la vida y tiene en cuenta aspectos como el sexo, la identidad y roles de género, la orientación sexual, el erotismo, el placer, la intimidad y la reproducción. Se experimenta y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, comportamientos, prácticas y relaciones. La sexualidad está influenciada por las interacciones entre lo biológico, lo psicológico, lo social, lo económico, lo político, lo cultural, lo ético, lo legal, lo histórico, lo religioso y por factores espirituales.
En relación con la sexualidad se encuentra el desarrollo psicoafectivo. La afectividad hace referencia a la necesidad humana de establecer vínculos para garantizar la supervivencia (Escudero, 2019). La motivación sexual y afectiva están, necesariamente, entre las principales motivaciones humanas.
Asimismo, es relevante destacar el proceso de sexuación (Menéndez-Torre, 2019). Se trata del proceso de desarrollo sexual y diferenciación por el cual las personas desarrollan un conjunto de características correspondientes al “ser hombre” o al “ser mujer”. Estos conceptos binarios creados por la sociedad categorizan la sexualidad humana:
En último lugar, para alcanzar la denominada Salud Sexual Integral (OMS, 2002), debe haber un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad. Esto requiere un acercamiento positivo y respetuoso hacia la sexualidad, así como la posibilidad de obtener placer y experiencias sexuales seguras, libres de coerción, discriminación y violencia.
Pese a tratarse de una dimensión y necesidad humana, el concepto de sexualidad suele aparecer envuelto de mitos, temores, signos de interrogación y expectativas (Sánchez-Santos, Amaro-Cano, Cruz-Álvarez, Barriuso-Andino, 2010).
Tal y como indica Hernández-Sánchez del Río (2018), en los años 1970, mientras que en el resto de Europa ya se educaba en sexualidad, en España era un tema censurado. A pesar de la evolución que se ha producido en nuestra sociedad y que ha permitido naturalizar la sexualidad en muchos sectores de la misma, esta historia de represión dificulta aún a día de hoy la educación sexual, y, en consecuencia, la promoción de una salud sexual integral.
Estamos más que seguros de que la formación y el tratamiento de la sexualidad es la mejor herramienta para luchar contra la represión, los tabúes, la discriminación y la exclusión, los abusos y las agresiones sexuales, los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual… etc.
Los derechos sexuales se consideran derechos humanos. Es por ello que, tal y como indica Ríos (2020), existen en la actualidad leyes que los protegen y defienden:
A este respecto, la Asamblea General de la Asociación Mundial de Sexología (1999), refiere:
Los derechos sexuales son derechos humanos universales basados en la libertad inherente, dignidad e igualdad para todos los seres humanos. Dado que la salud es un derecho humano fundamental, la salud sexual debe ser un derecho humano básico.
En consiguiente, la salud sexual es el resultado del ejercicio de los siguientes derechos, excluyendo todas las formas de coerción sexual, explotación y abuso en cualquier tiempo y situaciones de la vida:
Para comprender el concepto de sexualidad es fundamental conocer y diferenciar algunos aspectos que se describen a continuación. Estos han sido recogidos de la guía pedagógica de UNICEF (2016), para luchar por ambientes educativos libres de discriminación:
1. El sexo hace referencia a las características de orden biológico que diferencian unos cuerpos de otros. Estos se conforman en función de los cromosomas (cromosomas sexuales: XX, XY, XXY, XYY, etc.), las gónadas que segregan hormonas sexuales (estrógenos, progesterona y testosterona) y los genitales (ovarios, útero, trompas, vagina, testículos, escroto, pene, uretra, etc.).
En este aspecto, cabe destacar que las personas intersexuales son aquellas que no se identifican en ninguna de las categorías binarias establecidas.
2. El género se entiende como el conjunto de construcciones socioculturales que determinan las formas de ser hombres o mujeres en un tiempo y una cultura específicos.
Cuando hablamos del sistema sexo/género estamos haciendo referencia al hecho de que a las personas que nacen con un cuerpo de hembra se les ha exigido ser mujeres y a las personas que nacen con un cuerpo de macho se les ha exigido ser hombres.
3. La identidad de género tiene que ver con la identificación que las personas construyen de sí mismas en relación con el género, ya sea reconociéndose como hombres o como mujeres.
En referencia a esto último, por un lado, las personas cisgénero son aquellas cuyo sistema sexo/género es el esperado socialmente (sexo macho - hombre, sexo hembra - mujer). Por otro lado, las personas transgénero son aquellas que no se identifican con el género esperado socialmente según su sexo.
Estas últimas identidades se han leído socialmente como transgresoras (al igual que la intersexualidad) e históricamente han sido y son víctimas de discriminación y violencia.
4. La expresión de género es la manera individual y particular de expresar la identidad de género a partir de nuestra forma de actuar, de vestir, etc.
Cabe destacar que algunas personas expresan su identidad de género de maneras no convencionales, sin que su identidad de género se transforme.
5. La orientación sexual hace referencia a la atracción física, erótica o emocional hacia otras personas. Entre ellas, se pueden destacar:
Las orientaciones sexuales no hegemónicas (bisexual y homosexual) han sido y son víctimas de violencia y exclusión.
Así pues, con esta información se puede concluir que no existe una sola forma de ser mujer u hombre, al igual que no tiene por qué existir una categorización binaria y una única manera de dirigir el deseo, la afectividad o el erotismo.
Tal y como se ha mencionado, la sexualidad es un aspecto central del ser humano. Es universal, individual y única, diversa, etc.
A este respecto, Ríos (2020), refiere:
Las diversidades físicas, mentales o sensoriales pueden dificultar determinadas prácticas sexuales, pero ni más ni menos que los prejuicios y limitaciones sociales.
Por lo tanto, en este contexto se da un doble tabú: el de la sexualidad y el de la sexualidad en la diversidad funcional.
El colectivo de personas con diversidad funcional se encuentra con grandes impedimentos para satisfacer sus necesidades sexuales (Del Olivo, 2016). Según Vélez (2006), estas dificultades tienen mucho que ver con la construcción cultural y la actitud social hacia la diversidad funcional. De esta manera, nos encontramos ante la necesidad de ver a estas personas tal como son y no, con sentimentalismo, asistencialismo y paternalismo.
Algunos de los mitos construidos socialmente en referencia a este tema según Laguado (2006), son:
De esta manera, se concluye que las personas con diversidad funcional tienen el mismo derecho a una educación integral que incluya también la educación sexual, adaptándola al tipo de discapacidad que tenga cada persona.
Es sabido que la adolescencia es la etapa de apertura a las relaciones afectivo-sexuales. En este aspecto, existe también aún a día de hoy la necesidad de normalizar estas relaciones en las personas con TEA (Gil-Llario, Ruiz-Palomino, Iglesias-Campos y Fernández-García, 2018).
Debido a las dificultades de interacción características del TEA, en ocasiones estos adolescentes muestran conductas socio-sexuales desadaptativas (desvestirse o masturbarse en lugares públicos, no respetar los límites de las relaciones interpersonales y la intimidad de otras personas hacer comentarios improcedentes, etc.). En consecuencia, la necesidad de educar sexualmente surge con más fuerza en este contexto.
En este aspecto, autores como Gil-Llario et al. (2018) y Escudero (2019), han elaborado programas de entrenamiento en habilidades socio-sexuales y psicoafectivas para personas dentro del espectro autista.
Algunos contenidos que trabajan estos programas son: la identificación y comprensión de emociones, la diferenciación de relaciones afectivas (compañerismo, amistad, pareja, etc.), estrategias para iniciar relaciones con personas desconocidas, interpretación de comunicación no verbal, pautas en las relaciones de pareja, prevención de comportamientos sexuales de riesgo, desarrollo de la imagen corporal, etc.
Un hecho importante que justifica la necesidad de que las personas en el espectro autista reciban educación sexual es que presentan mayores riesgos (78%) de ser víctimas sexuales debido a las dificultades de comprensión y de diferenciación de comportamientos admisibles e inadmisibles. Además, en cualquier persona, a mayor carencia de educación sexual, mayor riesgo presenta de ser víctima sexual (Ríos, 2020).
Tal y como se ha mencionado, existen distintas formas de vivir la sexualidad. Así pues, ¿cómo viven la sexualidad las personas en el espectro autista? En referencia a esto último, Ríos (2020), señala lo siguiente:
En el acompañamiento de la sexualidad como familiares o como terapeutas, algunas premisas básicas destacadas por Ríos (2020), son:
Por último, es importante destacar que, según indica Hernández-Sánchez del Río (2018), la responsabilidad inicial de la educación sexual es la familia. Dicha educación debe iniciarse desde la niñez. No obstante, cualquier espacio educativo que otorga un refugio afectivo y social es también un espacio adecuado para ofrecer orientación en materia de educación sexual.
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